Sunday, November 6, 2011

Mexican story

¡QUÉ PEQUEÑO ES EL MUNDO!

Siempre es placentero visitar un país por vez primera, y más si el tiempo no es un obstáculo para poder apreciar y conocer las hábitos locales de la mano de un camarada. En mi caso tuve la suerte de contar con un colega eslovaco en la Ciudad de México, cumpliendo con la promesa de facilitarme un resguardo temporal en mi viaje hacia lo desconocido.

Después de mi llegada, compartimos gratos momentos disfrutando de la cerveza Bohemia y del pozole, para acompañarme, a posteriori, a la estación de camiones, para tomar el que me llevaría en dirección a Guadalajara, sede del Congreso del PEN. Con deseos de buen viaje, mi camarada no olvidó advertirme vigorosamente acerca de dos posibles problemas: no ser robado por ser extranjero antes de entrar al taxi y, aún más importante, no ser robado mientras permaneciera en él. Afortunadamente, lo primero no sucedió y con lo segundo esperé aprehensivamente en la parte trasera del viejo taxi. Estuve reflexionando sobre esta cuestión y mi potencial respuesta frente al mismo y, por lo tanto, no pensé en ningún momento que estaría tratando con un problema totalmente diferente instante después. Le había dicho al taxista el nombre del hotel, Plaza del Sol, y el buen hombre realmente me llevó, pero a una plaza y a un mentados con ese nombre. A las 5:30 horas de la madrugada paró el auto y, con un gesto internacional de despedida, me indicó que habíamos llegado. Supe que estaba en problemas. No tenía otro punto de orientación en la expandida ciudad de Guadalajara, con sus millones de personas, solo el nombre del hotel Plaza del Sol, el cual, desafortunadamente, era el mismo de esa plaza desierta. El taxista recibió mi explicación en inglés de que asistía a una conferencia de escritores con una natural incomprensión. No tenía nada más bajo la manga. No tenía tampoco deseo de salir con mi equipaje del taxi, pero qué podía hacer, más que repetir de manera débil el nombre: Plaza del Sol, a lo cual él asentía de manera afirmativa y me ofrecía apearme. En un juego de ajedrez la partida quedaría en tablas.

Con la luz gris de la mañana, miré alrededor en este país desconocido, en esta ciudad ignorada, a diez mil kilómetros de casa, buscando un signo de motivación, algo que alumbrara mi camino… Y lo hallé. El taxi había parado cerca de una hilera de pequeños edificios que formaban parte de la plaza. Todos ellos eran tiendas o restaurantes cerrados y obscuros a aquellas horas. Solo uno, exactamente donde estábamos estacionados, tenía un letrero de neon con la palabra: Slovensko. En un primer momento pensé que era una alucinación, fruto de la falta de sueño. Este rótulo no era de esta parte del mundo. Estaba realmente escrito en eslovaco, no estaba en inglés “Slovakia”, o en español “Eslovaquia”, pero en nuestro natal “Slovensko”. Sólo pudo ser obra de un eslovaco que desvió su camino hacía esta parte mucho tiempo antes que yo. Alguien que ha sobrevivido aquí y homenajeó de esta forma a nuestra tierra natal. Mirando este mensaje, comprendí que desde no podía errar más.

El hotel con el desafortunado nombre de Plaza del Sol estaba, por supuesto, del otro lado de la esquina.

Translation into Spanish by Héctor Portillo Jiménez and Graciliano Martín Fumero

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